Casi 80 años después del crash de octubre de 1929, la economía norteamericana (y, por extensión, la mundial) se encuentra en una situación que muchos expertos comparan, en algún sentido, con aquel derrumbe de las cotizaciones bursátiles que acabó en la Gran Depresión.
¿Realmente hay semejanzas? Todas las crisis económicas y financieras tienen un origen parecido (un crecimiento espectacular del crédito y del dinero fácil), y en ese sentido hay muchos puntos de contacto entre el 29 y lo que está pasando ahora.
Entonces, como recuerda el economista Luis de Guindos, “se produjo una fuerte expansión del crédito que acabó traduciéndose en una burbuja inmobiliaria y bursátil (en este caso, con una gran proliferación de las compras a crédito), y que llevó a la pérdida de percepción del riesgo”.
Pero una vez constatado este parecido, no hay muchos más elementos comunes entre el 29 y la crisis actual. La evolución de las bolsas, por ejemplo, es bastante dispar. El crash de entonces se ganó el nombre a pulso: entre el 30 de agosto y el 13 de noviembre de 2008, es decir, en apenas dos meses y medio, la bolsa de Nueva York cayó casi un 50%. Hoy no hay periodos bajistas tan abruptos. Desde octubre de 2007 hasta el pasado 17 de septiembre (casi un año), el descenso del índice Dow Jones es del 25%.
También la respuesta de las autoridades en uno y otro caso son bastante distintas. En el 29, las instituciones de EEUU no tenían las herramientas necesarias para prestar auxilio a los mercados y a la economía.
Tampoco estaban desarrolladas las teorías de la intervención del Estado (Keynes y el New Deal de Roosevelt llegaron después). Por todo ello, las autoridades dejaron caer el sistema financiero (la Reserva Federal decidió no hacer inyecciones de liquidez), optando por facilitar un ajuste natural del proceso. Eso no está ocurriendo en la actualidad, como demuestra el historial de entidades bancarias rescatadas por los poderes públicos y el activismo de los bancos centrales.